Mucho más que un personaje de película, el economista desarrolló un pensamiento que derrumba la idea de equilibrio planteada por el liberalismo y fundamenta la necesidad de una economía social.
John Nash es uno de los grandes intelectos contemporáneos, de aquellos que se acercan a la categoría de genios. Mentalmente brillante, desde joven se inclinó al razonamiento abstracto en general y matemático en particular; se doctoró en matemáticas en la Universidad de Princeton a los 21 años, con una tesis sobrela teoría de los juegos no cooperativos, que fue durante toda su vida uno de los temas de su atención, y comenzó una carrera de docente universitario. A los 29 años se le diagnosticó esquizofrenia paranoica (tenía delirios persecutoriosque lo llevaron a pedir asilo político en países europeos por un supuesto complot contra su persona). Veinte años después logró superar la enfermedad, y con 50 años volvió a la cátedra universitaria y a los aportes intelectuales, de manera que en 1994 (a los 66 años), a pesar de ser matemático y no economista, recibió el Premio Nobel de economía por sus desarrollos sobre la teoría de los juegos. Basada en una versión libre de su biografía se conoció en el año 2001 la película “Una mente brillante” dirigida por Ron Howard y que obtuvo cuatro premios Oscar.
En realidad la teoría de los juegos no se refiere a los juegos de azar (cuyo estudio matemático viene al menos desde el siglo XVII con Bernoulli y que dio lugar a la teoría de las probabilidades y a la estadística contemporánea) sino a los juegos de estrategia, como podrían ser -referido a los juegos de salón- el ajedrez, el Go o el TEG, en el que se analiza las interacciones entre diferentes individuos que toman decisiones en función de las adoptadas por el otro u otros. En la vida real, hay múltiples ejemplos en que los resultados dependen de una conjunción de decisiones de diferentes participantes. Por eso no puede extrañar que la teoría de los juegos haya tenido rápida aplicación en distintas ciencias como sociología, biología, psicología, ciencia política y, fundamentalmente, economía: fue fructífera su aplicación al análisis de los duopolios, las “guerras comerciales” entre grandes empresas, las negociaciones paritarias para determinar el salario, el comportamiento de los mercados financieros, etc.
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