En primer lugar, un clásico de la literatura española: Don Quijote de la Mancha. Este entrañable, decadente y soñador hidalgo con aires de grandeza que pretende emular las más osadas novelas de caballerías luchando contra molinos de viento. Nacido de la pluma de Miguel de Cervantes, en un principio la figura de Don Quijote se asoció irremediablemente con el humor y la sátira social. Con la llegada del Romanticismo, no fueron pocos los autores que acogieron su melancolía como algo mucho más trascendente. De este modo, y a partir del siglo XIX, el Quijote se convierte en un personaje bondadoso. De hecho, el mismo Fiodor Dostoyevski lo compararía con Jesucrusto al afirmar que “de todas las figuras de hombres buenos en la literatura cristiana, sin duda, la más perfecta es Don Quijote”.
En las antípodas de esta concepción se encuentra Drácula, un vampiro caracterizado por su atractivo dandysmo y su carácter dual, entre el monstruo y la persona, que no necesita mucha presentación. El primer autor que concibió al vampiro moderno tal y como lo conocemos hoy en día fue John W. Polidori que, con ‘El Vampiro’, dio una vuelta de tuerca al folklore y creó todo un icono contemporáneo. Un arquetipo que se sigue repitiendo hasta la saciedad, con mayor y menor fortuna. ‘La muerta enamorada‘, de Théofile Gautier, o el celebrado ‘Drácula’ de Bram Stoker serán algunos de los ejemplos más positivos.
Nota completa en: http://www.queleer.com.ve/noticias/09112011_05.html
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