Investigadores españoles echan por tierra el principal argumento para considerarlos tan fríos como los lagartos. Creen que mantenían una temperatura corporal parecida a la de los mamíferos
Pero los científicos del ICP han descubierto estas marcas también en los mamíferos, algo que nunca antes había sido observado. Para ello, analizaron los huesos de más de un centenar de rumiantes actuales de cuarenta especies, como ciervos, antílopes, vacas o bisontes. En todos, tanto si viven en el polo norte como en selvas tropicales, en ecosistemas fríos o cálidos como en húmedos o secos, aparecían estas líneas. Es decir, los mamíferos también dejan de crecer en tiempos desfavorables cuando lo marca su reloj interno.
Sin pretenderlo, los investigadores llegaron a la conclusión de que estas marcas en los huesos de los rumiantes desmentían el argumento principal sobre la sangre fría de los dinosaurios. «Nuestro estudio es el primero que da una evidencia realmente conclusiva de que estos anillos oscuros están presentes tanto en animales de sangre caliente como en los de sangre fría. Esta discusión ya no puede seguir», explica a ABC.es Meike Köhler, investigadora de ICREA y paleontóloga del ICP.
Conservación de especies
«El crecimiento tan rápido que vemos en el tejido de los mamíferos y de los dinosaurios indica que necesitan mucho calor interno que solo una fisiología endoterma es capaz de proporcionar. Los dinosaurios tenían que haber sido de sangre caliente», dice Köhler. «No podemos decir qué temperatura podía alcanzar su cuerpo, pero probablemente era muy parecida a la de los mamíferos o los pájaros en general. Lo más importante es que esa temperatura corporal alta fuera constante y mantenida».
Según la paleontóloga, se trata de una «información muy importante porque nos explica mucho de cómo los seres de sangre caliente han evolucionado durante millones de años». Los científicos también creen que los estudios de estas líneas pueden servir para mejorar la conservación de las especies, ya que nos permite estimar la edad en la que los ejemplares alcanzaron su madurez sexual o el momento de su muerte, y recogen la capacidad de los animales de responder a perturbaciones como la degradación del ecosistema o el cambio climático.
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