Un homenaje apropiado para conmemorar la inmigración que moldeó nuestro país, según reza el texto de la Ley Nacional Nº 24561 que determinó el 3 de Junio como Día del Inmigrante italiano.
El día 3 de Junio de 1770 nacía en Buenos Aires Manuel Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano, hijo de Domingo Belgrano y Peri, un comerciante oriundo de Oneglia, en la Región de la Liguria, en Italia y María Josefa González Casero. Quien sería luego uno de los Padres de la Patria, representó la síntesis fenotípica del criollo americano, mixtura de sangre nativa con la europea.
Nada más apropiado que ungir esta fecha para conmemorar esa gesta de la inmigración que moldeó nuestro país, según reza el texto de la Ley Nacional Nº 24561 que determinó el 3 de Junio como Día del Inmigrante italiano.
El estudioso italiano Domenico Dellaparola se pregunta en un interesante ensayo titulado “Fare l’America”, porqué razón un país como la Argentina formado esencialmente por inmigrantes, no tiene una cátedra universitaria que rescate esa gesta que tanto tiene que ver con lo que somos…, o lo que no somos todavía. Quién podría decirlo.
Ya el Primer Triunvirato observó la necesidad de incorporar extranjeros al país naciente, así ordena en el Decreto del 4 de Setiembre de 1812 “favorecer la inmigración por cualquier medio posible”. Los Padres Intelectuales de la República continuaron ese pensamiento y así en sus “Bases”, Juan Bautista Alberdi sienta el principio de que “Gobernar, es poblar”, porque como diría contemporáneamente Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”, “el mal de la República Argentina es su extensión”, porque –agrega Alberdi- este país “cómodo para albergar 50 millones de habitantes, con tan sólo un millón no tiene destino”.
Más tarde, durante las Presidencias Históricas se hace realidad el texto de la Constitución de 1853 abriendo el Puerto para “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” y en 1875 se crea la Comisión de Inmigración que cumple con una política de estado que implicaba llamar a los inmigrantes europeos invitándolos a afincarse en estas tierras.
Cuando Sarmiento ordena el Primer Censo Nacional en 1869, la población asciende a 1.830.214, de los cuales el 11% es de condición inmigrante, siendo más de la mitad italianos. Bajo el gobierno de José Evaristo Uriburu en 1895 ya son 4.044.911 habitantes, con un 23% de inmigrantes y en el Censo de 1915, sobre 7.885.237 de habitantes, el 35% son extranjeros, de los cuales un 52% son italianos. Para esa época se dice que en Buenos Aires uno de cada cuatro jóvenes hablaba solamente italiano.
La italianidad ha marcado profundamente el ser argentino. Sus tradiciones y su cultura mezclados dieron como resultado la progresista clase media argentina que puso a la Argentina del Centenario entre los primeros países del Orbe. Los italianos crearon la Bolsa de Comercio y el primer banco, el Banco de Italia y Río de la Plata que desde 1872 sobrevivió el siglo.
Con ellos la Argentina conoció las industrias y apellidos como Canale, Terrabusi, Piazza, Grimoldi y tantos formaron las primeras empresas nacionales. Los arquitectos italianos modificaron los frentes de las casas y le dieron al país esa nueva cara, con fachadas cargadas de inspiración renacentista y también masónica, porqué no.
La lejanía de la patria y los afectos quedados en el muelle, calaban hondo en las noches en que la nostalgia se apaciguaba al son de un acordeón entonando una canzoneta. Esa soledad frente a una sociedad que nunca fue amable con los inmigrantes los hizo agruparse, primero para evocar la “Patria lontana” y luego para ayudarse y defender sus derechos, así se multiplicaron las Sociedades Italianas de Socorro Mutuo, primer antecedente del mutualismo argentino.
Explotados inmisericordemente, se juntaron en torno a esos “charlatanes” que bajaron de los barcos con baúles llenos de libros: Bakunin, Mark, Ulianov, Trotsky, Proudon; eran anarquistas que huían de la cárcel o la muerte en Europa y aquí formaron el anarco-sindicalismo, semilla del gremialismo actual, y que cuando molestaron el Congreso sancionó leyes tan vergonzosas como la Ley de Residencia, o fueron violentamente reprimidos como en la Semana Trágica de 1919.
Llegaron y se confundieron con el suelo que los recibió hasta dejar sus huesos aquí y sentir esta tierra argentina como una primera Patria en algunos casos; sin dejar de sentir aquella otra que evocaban con lágrimas cada vez que los sones del “Inno de Mammeli” recordaba, por ejemplo, como ayer 2 de Junio, la “Festa della Repubblica”. Ese amor a la Patria Argentina lo dejaron escrito en las letras y sones de la mayoría de las marchas militares argentinas y en aquellas que homenajean a la Bandera, legado de ese hijo de italianos, Manuel Belgrano.
Vinieron a “Hacer la América”, pero no a llevarla sino a levantarla. Esa forma de ser tan particular la pinta Lucio V. Mansilla en “Mis memorias" de 1904, cuando en un párrafo cuenta que: “San Pío era italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la vista, tenían fama (...) No sabía leer ni escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una media lengua suya propia; y a fuerza de oírse llamar San Pío por sobrenombre, llegó a olvidarse de su verdadero patronímico. (...)
Una vez, teniendo que prestar declaración con motivo de un bochinche, le preguntó a la mujer:
- Che, ¿cómo me llamo yo?
- San Pío
- No, le nombre d’ Italia
- ¡Ah!, está en el baúl (quería decir en el pasaporte)
Trajeron los oficios que serían pilares de esa Argentina en construcción, el relojero, el zapatero remendón, el albañil; y también la cultura, las cátedras albergaron grandes mentes italianas, como el arte de arquitectos y pintores. En Salta, algunas iglesias conservan los frescos de Arístenes Papi, también visibles en el ingreso lateral de Galería El Palacio, desde donde miran los rostros de niños y ángeles considerados los más hermosos de Sudamérica.
Como Belgrano, los italianos también sembraron a su paso civilización y cultura. Como el Prócer, ellos también protagonizaron una gesta donde la decisión y la esperanza debían superar al temor y a la falta de recursos. Belgrano y esos miles de hombres y mujeres compartieron un destino común, el de afrontar las vicisitudes con innegable valor y coraje.
En un día de homenaje, nada más gráfico que ese párrafo de un magnífico libro que cuenta en primera persona la aventura de emigrar, un relato dulcemente trágico que Edmundo De Amicis trazó en su obra “Sull’oceano”, donde cuenta su viaje en la nave Galileo desde Génova, la tierra de origen de Manuel Belgrano, hacia Montevideo, y que dice:
“Cuando pisé tierra, me di vuelta a mirar una vez más al Galileo, y el corazón se aceleró al decirle adiós, como si fuese un rincón flotante de mi país que me había llevado hasta allá. Ya no era más que un trazo negro en el horizonte del río desmesurado…pero se veía todavía la bandera, que flameaba bajo el primer rayo de sol americano, como un último saludo de Italia…que encomendaba a la nueva tierra, sus hijos errantes.”
http://www.elintransigente.com/notas/2012/6/3/general-manuel-belgrano-inmigrante-italiano.-coincidencia-historica-humana-133817.asp
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