Como de costumbre, fue cuestión de oferta y demanda, aunque en este caso más bien de costo de producción, y hasta de frío y calor.
Todo comenzó...
Con la llegada de Cristóbal Colón a América, hogar de una familia de plantas llamada bromeliáceas o bromelias.Entre las más de 3.000 especies de esta familia, está la Ananas comosus, y cuando el aventurero del siglo XV y sus compañeros probaron su dulce fruta en 1493, les fascinó y la registraron como una curiosidad con un exterior segmentado y abrasivo y un interior firme como el de una manzana.
En muchos lenguajes se le llama ananá, que se cree viene de la palabra tupi "nanas", que significa "fruta excelente". |
Por supuesto, se la llevaron a Europa, que en ese entonces era un lugar en el que la dulzura era poco común: casi no había frutas frescas y las que había no eran muchas y estaban disponibles por tiempo reducido. El azúcar de caña, por su parte, era un producto muy costoso importado del Oriente.No es extraño entonces que los europeos se rindieran a los pies de esa fruta de pulpa amarilla que explotaba en dulzura al morderla, de manera que la piña se ganó inmediatamente la reputación de ser un lujo exótico.El problema era que había que traerla de muy lejos... o sembrarla en el Viejo Continente.
No tan fácil
A pesar de los muchos esfuerzos por encontrar el método para que creciera en suelo europeo, y de la competencia que había entre la aristocracia europea por lograrlo primero, habrían de pasar dos siglos antes de que Sir Matthew Decker pudiera cultivar una piña en su jardín en Richmond, Inglaterra.Ocurrió en 1720, y la ocasión fue tan trascendental que se comisionó un enorme retrato de dicha fruta, la cual le fue servida después al rey Jorge I.El problema había sido reproducir las cálidas condiciones tropicales para que la Ananas comosus creciera, particularmente en la fría Inglaterra.Pero Decker diseñó un ingenioso sistema que fue inmediatamente copiado por quienes podían darse el lujo de hacerlo en otros lugares de la Gran Bretaña georgiana... y que todavía hoy se usa en los Jardines Perdidos de Heligan, en Cornualles, el extremo suroccidental británico.
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