- Se cumplen 75 años de la publicación de la gran obra de Tolkien, precuela de «El señor de los anillos»
Corría el verano de 1929 en el Pembroke College de Oxford, y algo mágico estaba a punto de suceder. El profesor Tolkien, un joven profesor de literatura inglesa, se encontraba en su despacho corrigiendo exámenes de graduación, cuando encontró uno en blanco. Miró la hoja durante unos minutos, lamentando todo aquel espacio desperdiciado. Y después, sin venir a cuento, escribió en ella treinta y cinco letras: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit». Una única, fundacional frase destinada a cambiar la historia de la literatura fantástica, convertir a su autor en un icono universal y alimentar los sueños de millones de personas durante décadas.
Pero entonces sólo era eso, una frase aparentemente escrita al azar. ¿Qué diablos era un hobbit? pensaba Tolkien mientras regresaba a casa junto a su mujer y sus hijos. No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Aquel hombre sencillo, amante de la buena comida, el tabaco de pipa y los paseos bajo los árboles, disfrutaba enormemente de su familia. No es de extrañar que la historia de esa recién bautizada criatura fuese tomando la forma de un cuento infantil.
El pequeño Bilbo Bolsón era a todas luces un trasunto de Tolkien: campechano y alegre, que vivía en una arcadia campestre y segura no muy distinta al Oxford donde su creador daba clases. Pero como no hay literatura sin conflicto, la paz del pequeño Bilbo se verá muy pronto afectada por la aparición de un extraño personaje. El mago Gandalf, que acompañado por trece bravucones, pendencieros y bienintencionados enanos arrastrará al hobbit a una aventura suicida: alcanzar Erebor, la Montaña Solitaria, y arrojar de su seno al dragón Smaug, que duerme en el corazón del hogar ancestral del reino de los Enanos.
Las carcajadas de los hijos de Tolkien
A regañadientes, Bilbo montó en su poni junto a Thorin Escudo de Roble, Bifur, Bofur, Bombur, Nori, Ori, Dori, Balin, Dwalin, Oin, Gloin, Fili y Kili. Una lista de apelativos que arrancaba carcajadas a los hijos de Tolkien cuando la recitaba junto a sus camas, en las fases iniciales de la escritura de una historia aparentemente sencilla pero que apuntaba una enorme complejidad interna. En la creación de la Tierra Media, Tolkien invirtió años de arduo trabajo. Tomó como base las mitologías nórdicas y -el propio Gandalf se asemeja a la encarnación humana de Odin, un viejo vagabundo de bastón y larga barba gris-, los cuentos de hadas y su propia fe católica.
La energía más potente a lo largo de la narración será la propia alma de Tolkien
Las simbologías cristianas del pecado, la redención, el sacrificio y la comunión se repetirán una y otra vez en el texto, pero sin duda la energía más potente a lo largo de la narración será la propia alma de Tolkien. Como Bilbo, él también fue arrancado de su hogar por unos extraños bienintencionados, ya que fue reclutado por el ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial. Combatió en la batalla del Somme, una carnicería inútil que se vería reflejada en sus escritos la batalla de los Cinco Ejércitos o en la de los campos de Pelennor. Y desarrollaría un profundo odio por la guerra y aquellos que transforman árboles en espadas.
Pero todo este ingente trabajo hubiese quedado en nada si Tolkien no se hubiese atrevido a prestarle copias del manuscrito a su íntimo amigo C. S. Lewis (autor de «Las crónicas de Narnia») y a una joven ex alumna suya que trabajaba en la editorial Allen & Unwin. El editor leyó partes del manuscrito a su hijo, que adoró la historia. Finalmente, el 21 de septiembre de 1937 vieron la luz las primeras 1500 copias de «El Hobbit, historia de una ida y de una vuelta». Se agotaron enseguida pues los críticos ensalzaron la novela, su originalidad y la brillantez y densidad del mundo fantástico que Tolkien había diseñado.
El nacimiento de una trilogía
«El camino sigue y sigue, tras la puerta, y muy pronto he de seguirlo», dice la canción que impulsa al joven Bilbo, e igualmente Tolkien se vería arrastrado a escribir una continuación de su historia, cuya popularidad era cada vez mayor a pesar de -o quizás gracias a- la enorme dificultad que planteaba conseguirla, debido al racionamiento del papel durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la Tierra Media era demasiado enorme, demasiado vibrante y arrojaba demasiadas posibilidades como para quedarse en el excelente pero ligero argumento de «El Hobbit».
Y así nació la trilogía de «El Señor de los Anillos», los tres volúmenes en los que Tolkien intentaría satisfacer la petición de su editor de «darle más información al público sobre los hobbits» mientras exorcizaba su odio por el nazismo y su profunda aversión a las arañas -le mordió una cuando era muy pequeño. Ambos extremos los negaría Tolkien por activa y por pasiva ante las preguntas de críticos, periodistas y entusiastas, pero pocos le creyeron. Al fin y al cabo el autor tan sólo es el que da el primer paso. Y en estos 75 años transcurridos desde que salieron de la Comarca, los hobbits aún no han dejado de caminar.
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