miércoles, 12 de mayo de 2010

Après moi le déluge

La expresión Après moi le déluge, y sus antecedentes clásicos

Al rey de Francia Luis XV (1710-1774) se atribuye la frase Après moi, le déluge (“Después de mí, el diluvio”).

Según otra interpretación, la frase habría sido acuñada no propiamente por el rey, sino por su amante más famosa, Madame de Pompadour (1721-1764).
En cualquier caso, la frase tuvo una cierta cualidad profética, si la interpretamos post eventum como alusiva al estallido de la Revolución Francesa (1789-1799) , que tuvo lugar tres lustros después de la muerte del rey y que costó la vida a su nieto y sucesor, Luis XVI.

Como primer acercamiento al dicho, adviértase que se trata de una frase nominal, esto es, sin verbo explícito. Según el verbo que suplamos implícitamente (y el modo verbal), la frase puede tener dos significados distintos, aunque relacionados:

a) Por un lado, si suplimos "Después de mí vendrá el diluvio", el dicho parece implicar, como afirmación asertiva: “Tras mi reinado, el país quedará sumido en el caos y en la destrucción”.

b) También podría entenderse el verbo en subjuntivo concesivo: “Después de mí, que venga (puede venir, para lo que a mí me importa) el diluvio”. En este segundo caso, el sujeto afirma que nada le importa lo que ocurra tras su desaparición.

Vamos a rastrear los antecedentes clásicos de esta famosa expresión, y ya anticipo que prácticamente todos estos antecedentes inciden más en la noción b) que en la a).

Parece que en Grecia existía una expresión o dicho proverbial, que es recogida en verso en un fragmento de tragedia de autor no identificado (Tragicorum Fragmenta Adespota, 513 Nauck):

ἐμοῦ θανόντος γαῖα μιχθήτω πυρί•
οὐδὲν μέλει μοι• τἀμὰ γὰρ καλῶς ἔχει.

Cuando yo muera, que la tierra se mezcle con el fuego:
nada me importa, pues mis asuntos no serán afectados.

Resulta significativo que Séneca (4 a.C.-65 d.C.) aluda a esta frase en su tratado De clementia, dirigido a Nerón y compuesto en el año 56 d.C. Séneca parafrasea en latín la frase griega, y la descalifica como un apotegma egoísta e insolidario (2.2.2):
illud mecum considero multas voces magnas, sed detestabiles, in vitam humanam pervenisse celebresque volgo ferri, ut illam: 'oderint, dum metuant,' cui Graecus versus similis est, qui se mortuo terram misceri ignibus iubet, et alia huius notae.

Considero en mi fuero interno que muchas expresiones pomposas, aunque execrables, pasan por verdaderas entre el género humano y son repetidas frecuentemente por el pueblo, como por ejemplo: "Que me odien, con tal de que me teman". A la cual es semejante el verso griego de uno, que insta a que, muerto él, la tierra se mezcle con los fuegos, y otras expresiones del mismo estilo.

El poeta latino Lucrecio (99-55 a.C.) escribió su poema didáctico De rerum natura para difundir en Roma, bajo el ropaje del verso, la filosofía epicúrea. Uno de los postulados del epicureísmo es que el alma humana es mortal; por tanto, no ha de temerse a la muerte, ya que no tendremos conciencia ni percepción sensorial una vez muertos. Lucrecio, para expresar convincentemente la noción, argumenta que no sentiremos nada una vez muertos, aunque entonces se produzcan enormes cataclismos. Estos cataclismos consisten en que se mezcle la tierra con el mar, y el mar con el cielo. La mezcla de tierra y mar se puede entender como una forma de diluvio o inundación, y, por tanto, estaría anticipando claramente la frase de Luis XV.

scilicet haud nobis quicquam, qui non erimus tum,
accidere omnino poterit sensumque movere,
non si terra mari miscebitur et mare caelo. (3.840-842)

Ciertamente entonces, cuando no existamos, nada
en absoluto podrá acontecernos ni excitar nuestros sentidos,
ni aunque la tierra se mezcle con el mar, y el mar con el cielo.

Aunque no contenga exactamente mención del diluvio ni de otros cataclismos, no me resisto a recordar aquí una ocurrencia atribuida al filósofo cínico Diógenes (412-323 a.C.), y transmitida por Cicerón. También de esta anécdota se infiere la convicción de que no hay que preocuparse de los males que puedan sobrevenir tras nuestra muerte:

durior Diogenes, et is quidem eadem sentiens, sed ut Cynicus asperius: proici se iussit inhumatum. tum amici: 'volucribusne et feris?' 'minime vero' inquit, 'sed bacillum propter me, quo abigam, ponitote.' 'qui poteris?' illi, 'non enim senties.' 'quid igitur mihi ferarum laniatus oberit nihil sentienti?' (Tusculanae Disputationes 1.43.104)

Diógenes era más radical, y, aunque compartiendo ciertamente la misma opinión, más hosco, como cínico que era: ordenó que fuera arrojado sin enterrar. Entonces los amigos le objetaron: "¿Como pasto de aves y alimañas?" "No, de ninguna manera" -respondió-, sino colocad junto a mí un bastoncito, para que yo las espante." Ellos dijeron: "¿Cómo podrás? Pues no tendrás conciencia." Y él concluyó: "Por tanto, ¿en qué me perjudicará a mí el desgarro de las alimañas, si no tendré conciencia?".

En un epigrama del poeta griego de Estratón de Sardes, de época tardía (siglos II-III d.C.), el sujeto lírico invita al disfrute vital (al carpe diem). Quiere disfrutar de los placeres sensoriales mientras esté vivo; en cambio, una vez muerto, no le importa que venga el diluvio:

Καὶ πίε νῦν καὶ ἔρα, Δαμόκρατες• οὐ γὰρ ἐς αἰεὶ
πιόμεθ’ οὐδ’ αἰεὶ παισὶ συνεσσόμεθα.
καὶ στεφάνοις κεφαλὰς πυκασώμεθα καὶ μυρίσωμεν
αὑτούς, πρὶν τύμβοις ταῦτα φέρειν ἑτέρους.
νῦν ἐν ἐμοὶ πιέτω μέθυ τὸ πλέον ὀστέα τἀμά•
νεκρὰ δὲ Δευκαλίων αὐτὰ κατακλυσάτω.
(Antología Palatina 11.19)

Bebe y ama ahora, Demócrates, pues no para siempre
beberemos ni estaremos junto a los chicos.
Coronemos nuestras cabezas con guirnaldas y perfumémonos,
antes de que otros traigan esas ofrendas a nuestras tumbas.
Que ahora mis huesos se empapen sobre todo de vino,
y, una vez muertos, que los anegue el diluvio de Deucalión.

Este epigrama griego antiguo fue traducido al latín en el Renacimiento por Geraldus Bucoldus y, ya en la literatura española, Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) compondría un soneto que es una recreación del epigrama (para una recitación de este texto, pulsar aquí).

LXII
SONETO

Demócrates, deléitate y bebamos,
que para siempre no se ha de durar.
No puede para siempre el hombre estar
en la vida que ahora nos holgamos.

Pues nos perdemos cuanto acá dejamos,
con ungüento oloroso nos untar
y en guirnaldas las frentes coronar
se procure, que al fin al fin llegamos.

La honra que nos hace la mortaja
quiéromela yo hacer en este mundo
y remojarme en cuanto vino sé.

Y si de acá me llevo esta ventaja,
cuando después llegare en el profundo
¡ahógueme el diluvio de Noé!

En resumen, de este recorrido por los antecedentes clásicos (y también modernos) de la real frase se desprenden dos datos principales: 1) prácticamente todos los ejemplos citados sugieren que la frase del rey francés significa: “no me importa nada que, tras mi muerte, venga el diluvio, o cualquier catástrofe”; 2) la idea de que no debemos preocuparnos por lo que ocurra tras nuestra muerte está bastante difundida en la Antigüedad clásica, y pertenece al ideario de varias escuelas filosóficas (epicureísmo, cinismo) pero, más concretamente, la mención del diluvio en este contexto se documenta ya en Lucrecio y en Estratón de Sardes. Es difícil asegurar si Luis XV (o la Pompadour) se inspiró directamente en uno de estos dos poetas, o acuñó la expresión independientemente. En mi opinión, no es implausible que un rey tan hedonista como Luis XV hubiera leído y asimilado a Lucrecio y, por tanto, pudiera haber tomado el pasaje lucreciano como modelo de su famosísima frase.

Fuente:
http://apresmoiledeluge.blogspot.com/2006/01/la-expresin-aprs-moi-le-dluge-y-sus.html

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